La mujer que rompió el protocolo para despedir a su amigo, el Papa Francisco

Sor Geneviève Jeanningros, de 81 años, caminó entre cardenales y obispos para acercarse al féretro del Papa Francisco. Con lágrimas en el rostro y una mochila verde al hombro, se detuvo frente al cuerpo de su amigo y oró en silencio. Nadie la detuvo. Nadie se atrevió.


Una vida dedicada a los olvidados

Miembro de las Hermanitas de Jesús, Sor Geneviève vivió más de cinco décadas al servicio de los más vulnerables en Roma. Acompañó a mujeres trans, feriantes y personas en situación de calle. Compartía su vida en una caravana en Ostia, donde entregaba su tiempo y su alma a quienes nadie más miraba. Junto a su compañera Anna Amelia, tejió redes de apoyo humano, sin importar etiquetas.

Desde sus primeros años en la vocación, llevó a las personas trans al Vaticano, las presentó al Papa, las abrazó y les consiguió ayuda. El propio Francisco la apodó “L’enfant terrible”, con cariño y admiración, porque nunca temió incomodar por el bien de los demás.


Un vínculo que trascendió lo espiritual

Francisco y Sor Geneviève compartieron una amistad profunda. Él confiaba en ella. La escuchaba. La veía como una guía en las periferias sociales que tanto amaba. Ella le mostró la vida de los invisibles y lo acompañó a encontrarse con ellos, incluso en medio de la pandemia. Cuando no había trabajo ni comida, se acercó al Vaticano y pidió ayuda. Y la obtuvo.

En 2024, logró que el Papa visitara un parque de diversiones en Ostia y saludara a los feriantes. Fue un gesto simple pero gigantesco para quienes nunca habían sentido tan cerca a la Iglesia.

Su despedida, sin protocolo, frente al ataúd de Francisco, selló una amistad marcada por la compasión, la inclusión y la fe activa. No necesitó invitación. Bastaba con su historia.

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