En el centro de Tijuana, la imponente Penitenciaría Estatal de La Mesa se yergue como un símbolo de autoridad. Aquí, entre sus muros de concreto y alambre de púas, las Siervas Eudistas de la Undécima Hora despliegan su labor humanitaria.
El legado de la Madre Antonia
Inspiradas por el legado de la Madre Antonia, una mujer dedicada al servicio de los necesitados, estas monjas han encontrado su vocación en el cuidado de los reclusos de La Mesa.
Durante 35 años, la Madre Antonia, una mujer estadounidense de la alta sociedad de Beverly Hills, vivió en una celda de La Mesa. Llegó a Tijuana en los años 70 y dedicó su vida a servir a los necesitados, especialmente a los presos.
Por ello, fundó las Siervas Eudistas de la Undécima Hora, una orden católica que promete ayudar a los pobres en ambos lados de la frontera entre EE.UU. y México.
Dentro de este ambiente austero y vigilado, las hermanas Viola y Ann Gertrude, junto con sus compañeras, ofrecen consuelo y esperanza a aquellos que están privados de libertad.
Con cada día que transcurre, estas mujeres entregan su amor y compasión, abriendo un rayo de luz en la oscuridad de la prisión. Su presencia es un recordatorio tangible del amor de Dios incluso en los lugares más inhóspitos.
A pesar de los desafíos que enfrentan y la necesidad de nuevos miembros en la orden, las Siervas Eudistas continúan su misión con determinación y devoción.
Su trabajo es tanto espiritual como práctico, ya que brindan apoyo emocional, asistencia material y momentos de alegría a los reclusos que tanto lo necesitan.
A través de su labor incansable, estas valientes mujeres encarnan el verdadero espíritu de la compasión y la solidaridad.
En un mundo marcado por la violencia y el sufrimiento, las Siervas Eudistas son un faro de esperanza y amor incondicional. Su dedicación a los marginados y olvidados de la sociedad es un testimonio inspirador de la capacidad humana para hacer el bien en circunstancias difíciles.
En La Mesa, estas mujeres continúan su obra, recordándonos que, incluso en la adversidad, siempre hay espacio para la compasión y la redención.